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En este apartado se han seleccionado novelas que tengan por protagonista o en un rol diferenciado a un juglar, a un escaldo, un bardo, un bufón, un trovador o cualquier otro personaje de estas características. Algunas obras le dedican solo un fragmento, otras un capítulo, otras el libro al completo; todas aportan alguna información importante.
     
En poesía el poeta contemporáneo hace sujeto de sus versos al artista medieval o trata de emular el estilo y el género de sus ancestros literarios del Medievo.
 
    
    J. Aguirre Bellver, El juglar del Cid
    Ed. Doncel, Madrid 1960
    
    De no ser rey, sé juglar
    Mediodía. Estaba rubio el cielo, del mismo color que los trigos. Abrasaba la tierra y abrasaba el aire. Martín se detuvo y miró a Gabrielillo, que hacía cinco horas largas caminaba en silencio
    junto a él.
    -Cansado, ¿verdad? Es mucho el sol y mucho andar para tan pocos años.
 
    
    William Steig, Roland, the minstrel pig
    Ed. Escholastic Book services, New York 1968
    
    The King cut the rope with an angry slash of his sword, and Roland fell heavily on Sebastian, knocking him senseless.
    "Who are you, strange pin?" asked the King.
    "I am Roland," said Roland, "a wandering minstrel."
 
    
    Jorge Luis Borges, El libro de arena
    Plaza & Janés, Barcelona 1977
    
    -Soy de estirpe de Skalds; me bastó saber que la poesía de los urnos consta de una sola palabra para emprender su busca y el derrotero que me conduciría a su tierra.
 
    
    Jorge Luis Borges, El testigo
    Ed. Bruguera, Barcelona 1980
    
    En los reinos de Inglaterra el son de campanas ya es uno de los hábitos de la tarde, pero el hombre  [que muere en un establo ], de niño, ha visto la cara de Woden, el horror divino y la
    exultación, el torpe ídolo de madera recargado de monedas romanas y de vestiduras pesadas, el sacrificio de caballos, perros y prisioneros. Antes del alba morirá y con él morirán, y no volverán,
    las últimas imágenes de los ritos paganos; el mundo será un poco más pobre cuando este haya muerto.
 
    
    Pär Lagerkvist, El enano
    Ed. Orbis, Barcelona 1982
    
La corte ha perdido su bufón. El entierro se ha efectuado hoy. Todos los cortesanos, todos los caballero y todos los señores de la ciudad han acompañado al muerto; y por cierto que también sus servidores, que lo lamentan muy sinceramente porque debe ser agradable servir en casa de un señor tan despreocupado y generoso. El pueblo se ha amontonado en las calles; esos pobres diablos parecen haber sentido afecto por se fríbulo personaje. Admiran a esa clase de individuos. Mientras ellos mismos mueren de hambre, encuentran placer oyendo hablar de una vida ligera, despreocupada y dispediosa. Se dice que conocían todas sus anécdotas, sus aventuras y sus "bromas" más celebradas y que las repetían en las sucias viviendas vecinas a su palacio.
     
 
    
    Rafael Pérez y Pérez, El trovador bandolero
    Ed. Juventud, Barcelona 1986
    
    Apenas entrado en el burgo, le llegan al viajero sones <<debaylados>> de los salterios y vihuelas a cuyo compás danzan alegremente las multitudes. A este bullicio mézclanse el
    estridente de las cornetas, trompas y flautas con que ciertos juglares, reunidos en compañía, anunciaban sus representaciones libres y descaradas, tan del gusto de los groseros asistentes que con
    bellacas risotadas celebraban el remedo.
 
    
Rafael Marín Trechera,Lágrimas de luz
    Ed. Orbis, Barcelona 1986
    
    N. del A. Es evidente que Hamlet no escribía sus versos en este hipotético castellano antiguo. Sin embargo, para conservar al carácter forzosamente medievalista de los mismos, he preferido
    transcribirlos de esta forma y ofrecer así en una idea de cómo éstos tuvieron que ser elaborados. Interprétese el hecho, pues, como una especie de licencia poética.
    ¡Grado a Rab,         mom Padre bien amado
    la meua buen suerte    non puedo reprocharos
    de donna más radiante    mis labios van cantando
    el suyo cuerpo lindo    do yo clavé mis brazos
    en la battalla a muerte    que sostuvimos ambos.
 
    
    Umberto Eco, El nombre de la rosa
    Ed. RBA, Barcelona 1988
    
    Sobre cuan digna de consideración sea esta pasión, ya hemos tratado en el libro sobre el alma, por cuanto el hombre es —de todos los animales— el único capaz de reír. De modo que definiremos el
    tipo de acciones que la comedia imita, y después examinaremos los modos en que la comedia suscita la risa, que son los hechos y la elocución. Mostraremos cómo el ridículo de los hechos nace de la
    asimilación de lo mejor a lo peor, y viceversa, del sorprender a través del engaño, de lo imposible y de la violación de las leyes de la naturaleza, de lo inoportuno y lo inconsecuente, de la
    desvalorización de los personajes, del uso de las pantomimas grotescas y vulgares, de lo inarmónico, de la selección de las cosas menos dignas.
     
 
    
    Pablo Mañé, El rey Arturo y los caballero de la tabla redonda
    Ed. 29, Barcelona, 1993
    
    Aquí yace el rey Arturo
    por obra de unos traidores
    que pretendieron matarle.
    Pero aquí sólo descansa
     
 
    
    John Steinbeck, Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros
    Ed. Edhasa, Barcelona 1994
    
        -(Arturo) ¿Acaso no puedo procurar tu ayuda?
        -(Lanzarote) Siempre, mi señor. Sólo que no se me ocurre cómo llevar el agua a la fuente.
        -Hermoso decir.
        -Es de una canción, señor. Se la oí cantar a un juglar.
 
    
    Antonio Martínez Menchén, La espada y la rosa
    Ed. Alfaguara, Madrid 1996
    
    La imagen de Nuestra Señora, aquella imagen de piedra que el pobre juglar consideraba tan triste, tiene ahora su rostro iluminado por una alegre, tierna y celestial sonrisa. Tal como Jacques,
    nuestro buen Jacques pretendía con su danza, la Virgen, al fin, se estaba riendo...
 
    
    José Luis Corral, El Cid
    Ed. Círculo de Lectores, Barcelona 2000
    
    En una plazuela de Burgos oímos a un juglar que recitaba una canción en la que se denominaba a Rodrigo como <<el Campeador>>. Mi señor, mezclado con la gente que escuchaba las
    palabras del poeta y el tañido de su rabel, esbozó una sonrisa cuando oyó la descripción del musulmán de Medinaceli:
    -Tan alto que su cabeza los aleros de los tejados rozaba, tan grande como una carreta de cuatro ruedas llantada y tan fuerte como seis bueyes en yuntada -cantó el juglar ante la mirada asombrada
    de los burgaleses.
 
    
    Clara Pierre, Trovador
    Ed. Plaza & Janés, Barcelona 2000
    
    Bernard esta afinándolo a través de las vibraciones que el vientre del laúd producía sobre su estómago. Cuando acabó de ajustar las cuerdas, el temblor de sus dedos desapareció de repente.
    Los dos aprendices ya estaban preparados. Uno cantaría y tocaría el arpa mientras el otro, que había traído consigo su viola, acompañaría al anciano durante los solos instrumentales. Bernard tañó
    la frase introductoria y la voz del joven, pura y dulce, surgió de sus labios:
    Cuando veo volar a la alondra
    Aleteando bajo la luz del sol
     
 
    
    Mario Vargas Llosa, La guerra del fin del mundo
    Ed. Alfaguara, Madrid 2000
    
    Venían cada cierto tiempo [los cantores ambulantes], para alegrar las bodas, o rumbo al rodeo de una hacienda o la feria con que un pueblo celebraba a su santo patrono, y por un trago de cachaça
    y un plato de charqui y farofa contaban las historias de Oliveros, de la Princesa Magalona, de Carlomagno y los Doce Pares de Francia. Joâo las escuchaba con los ojos muy abiertos, sus labios
    moviéndose al compás de los del trovero. Luego tenía sueños suntuosos en los que
    resonaban las lanzas de los caballeros que salvaban a la Cristiandad de las hordas paganas.
 
    
    Konrad Hansen, Los hombres del mar: una saga del siglo X
    Ed. Edhasa, Barcelona 2000
    
    -Todos los aquí presentes conocen tu nombre (Egil Skallagrimsson) -dijo el rey-, pero son pocos los que saben que tus hazañas no tienen nada que envidiar a las de otros hombres por grandes que
    estos sean.
    El islandés inclinó la cabeza y, dirigiéndose tanto al rey como a los que ocupaban la mesa, recitó las siguientes estrofas:
    Si viajo con cuatro, sabes,
    no bastan seis para luchar conmigo
 
    
    Carlos Fuentes, Cantar de ciegos
    Ed. Bibliotex, Madrid 2001
    
    Non lo podemos ganer
    Con estos cuerpos lazrados,
    Ciegos, pobres é cuytados.
            Libro de Buen Amor
 
    
    Antonio Cánovas del Castillo, La campana de Huesca
    Ed.Ekoty, Madrid 2001
    
    Oíanse allí palabras y frases de muy distinto origen y sonido. Quienes hablaban entre sí a solas la extraña y solitaria lengua euskara que conserva aún en alguna de sus vertientes el Pirineo;
    quienes, y no eran los menos, se comunicaban con unos y otros en el latón corrupto de los hispanos-romanos; quienes parecía que pusieran particular cuidado en pronunciar ciertas voces germánicas,
    como para dar a entender origen godo; quienes ostentaban su carácter de francos o extranjeros con su frecuente afirmación en oc, o su marcado acento bearnés. A algunoas se les escaba de cuando en
    cuando tal o cual exclamación en pura lenga árabe; otros  se solían lamentar entre dientes, de los percances ordinarios del bullicio, en el habla misma con que Isaías y Jeremías de mayores
    desdichas se lamentaron; muchos de la plebe corrían de acá para allá, procurando que todos entendiesen por igual una especie de jerga o jerigonza que algo sonaba ya al modesto romance castellano;
    no pocos, por último, de los hombres buenos y bien protados, que en sus maneras y trajes claramente parecían aragoneses, con cierta afectación de superioridad y buen gusto deletreaban un dialecto
    que tenía el propio dejo del lemosín, que todavía usaban gentes españolas.
    
 
    
    Luz Pozo Garza, Códice Calixtino
    Ed. Xeráis, Vigo 2001
    
    CANTIGA PARA LER EN TEMPO DE PENUMBRA 
    En clave de Martín Codax
    Axiña pasa o tempo da total transparencia
    as verbas que deslizan un tránsito de soles
    ondas do mar levado
    unhas mans que circundan
    coma un stradivarius os labios e a cintura
    nese momento a sombra perdeuse para sempre:
    E ai Deus se virá cedo!
 
    
    Vicente Pérez Silva, Don Quijote en la poesía colombiana
    Ed. IV Centenario del Quijote, Bucaramanga 2001
    
    El Caballero de la Triste Figura, poeta sublime, gracias al don compulsivo de suplantar la experiencia real por las vivencias oníricas de la fantasía, no podría hallar un diorama de éxegesis más
    adecuado y atinente que el de la poesía para su glorificación.
 
    
    Ellis Peters, El gorrión del Santuario
    Ed. Random House Mondadori, Barcelona 2002
    
    -Me prometieron tres peniques por la velada -dijo Liliwin, temblando tanto de indignación como de frío y temor- y me engañaron. Yo no tuve la culpa de nada. Toqué, canté lo mejor que supe, hice
    mis mejores juegos... La casa estaba llena de gente, todo el mundo se apretujó a mi alrededor, y los más jóvenes, que estaban bebidos y excitados, me empujaban. ¡Un volatinero necesita espacio!
    No tuve la culpa de que se rompiera el jarrón. Uno de los mozos se levantó de un salto para recoger las pelotas que yo estaba lanzando al aire, me derribó, y el jarrón cayó en la mesa y se hizo
    añicos. La vieja dijo que era el mejor que tenía... Se puso a gritar y me golpeó con el bastón.
     
 
    
    Alvaro Cunqueiro, Poesía en gallego completa.
    Ed. Visor, Madrid 2003
    
    Meu amigo foi ruar
    ai amor! noite descida.
    A noiva tiña unha sombra
    ai amor! color cantiga.
 
    
Avi, Crispín: La cruz de plomo
    Ed. SM, Madrid 2003
    
    -Soy juglar -dijo. En vista de que yo no contestaba añadió-: ¿No conoces esa palabra?
    Negué con la cabeza.
    -Viene del latín. Significa que hago malabares con cosas, lanzo al aire pelotas, cajas, cuchillos, cualquier cosa, las recojo en el aire y las vuelvo a lanzar. ¿Para qué vale eso? Voy de pueblo
    en pueblo por todo el reino. Y no como un mendigo, entérate, sino como uno un hombre hábil. Y estas habilidades, me proporcionan suficientes cuartillos y peniques para vivir y mantener llena mi
    barriga.
 
    
    Mariano José de Larra, El doncel de don Enrique el doliente
    Ed. Espasa, Madrid 2003
    
    La hora del alba sería cuando el caballero don Enrique de Villena , cansado de esperar inútilmente á su juglar, á quien había comprometido, como sabe el lector, en el misterioso y nocturno
    acontecimiento de la víspera , vacilando entre mil ideas confusas. Había entregado al descanso sus miembros fatigados. Ni el miedoso juglar había vuelto, ni él ,desde el punto en que le enviara á
    esplorar quién fuese el músico, había tornado á oír mas que el confuso ruido de las armas de los desconocidos combatientes.
    
 
    
    Luis López Alvárez, Los comuneros
    Ed. Diputación de Valladolid, Valladolid 2003
    
    En este poema se ve la mano de un poeta muy castellano, uno de los más castellanos que existan en nuestra lengua. Con él, Luis López Álvarez ha conseguido algo que parece hoy casi imposible: el
    remozamiento de la una épica.
 
    
    Howard Pyle, Las alegres aventuras de Robin Hood
    Ed. El País, Madrid 2004
     
    Luego, cuando hubieron contado todo lo que les vino a la cabeza, la reina pidió a Allan que cantara para ella pues su fama como trovador había llegado incluso a la corte de Londres. Sin hacerse
    rogar, Allan tomó su arpa en las manos, pulsó  las cuerdas para comprobar el sonido, y cantó el siguiente romance:
    Río viejo, río viejo,
    que tus cristalinas aguas
    llevas hasta donde tiembla
    el álamo con el aura,
    y hasta donde se cimbrean
     
 
    
    Miguel de Unamuno, Narrativa completa I
    Ed. R.B.A., Barcelona 2005
    
    Aquellos pliegos encerraban la flor de la fantasía popular y de la historia; los había de historia sagrada, de cuentos orientales, de epopeyas medievales, del ciclo carolingio, de libros de
    caballerías, de las más celebradas ficciones de la literatura europea, de la crema de la leyenda patria, de hazañas de bandidos, y de la guerra civil de los siete años. Eran el sedimento poético
    de los siglos, que después de haber nutrido los cantos y relatos que han consolado de la vida a tantas generaciones, rodando de boca en oído y de oído en boca, contados al amor de la lumbre,
    viven, por ministerio de los ciegos callejeros, en la fantasía, siempre verde, del pueblo.
     
 
    
    Rafael Marín Trechera, Juglar
    Ed. Minotauro, Barcelona 2006
    
    En las canciones de gesta y en nuestra imaginación la guerra es un espejismo rutilante donde los hombres dan lo mejor de sí mismos y final son recompensados con riquezas o con títulos. En la vida
    real, suelen dar lo peor que llevan dentro y su única recompensa es una tumba donde se dan codazos por igual camaradas y enemigos, (...)
 
    
    Kent Follet, Los pilares de la tierra
    Ed. Random House Mondadori, Barcelona 2007
    
    -Yo conozco un montón de historias -declaró-. Sé la Canción de Rolando y El peregrinaje de Guillermo de Orange...
    -¿Qué quieres decir con eso de que las conoces'
    -Puedo recitarlas
    -¿Como un juglar?
    -¿Qué es un juglar?
    -Un hombre que va por ahí contando historias.
    
 
    
    Lafcadio Hearn, La historia de Mimi-nashi-Hoichi
    Ed. 451, Zaragoza 2008
    
    Hace unos siglos vivía en Akamagaseki un hombre ciego llamado Hoichi, conocido por su pericia en la recitación y la interpretación de del biwa (laúd japonés de mastil corto). Desde pequeño le
    habían enseñado a recitar y a tocar, y enseguida el alumno mejoró las interpretaciones de sus maestros. Como profesional del biwa, Hoichi obtuvo su fama sobre todo recitando la historia de los
    Heike y los Gengi, y se cuenta que cuando entonaba la canción de la batalla de Dan-no-ura <<ni siquiera los duendes Kijin eran capaces de contener las lágrimas>>. En los albores de su
    carrera Hoichi había sido un hombre muy pobre, pero pronto encontró quien lo ayudara. Al sacerdote de Amidaji le gustaba la poesía y la música, y a menudo lo invitaba al templo para que cantara y
    recitara.
     
 
    
    Christopher Moore, El bufón
    Ed. B, Barcelona 2009
    
    -Ah, sí. ¿Y de que vale un bufón? Mejor dicho, ¿qué vale el ayudante de un bufón, pues tú te limitas a sujetarle el barreño de la babas al otro, que lo es por naturaleza*. ¿Qué rescate se pide
    por un juglar, Bolsillo? ¿Un cubo de espumarajos calientes?
    *Los bufones <<por naturaleza>> eran los que tenían algún defecto físico o anomalía: jorobados, enanos, gigantes, personas con síndrome de Down, etc. Se consideraba que estos habías
    sido <<tocados>> por Dios.
 
    
    Mary Hoffman, Troubadour
    Ed. A&C Black, London 2010
    
    'So you see,' said Perrin, who had accepted Huguet's idea without hesitation, 'the donzela must leave the castle with us in the spring. We have to welcome her into our troupe.'
    'As a joglaresa?' asked Bernardina incredulously. 'She will never pass as one of us.'
    'No,' said Perrin. 'As a joglar. She will wear boy's clothes and has agreed to cut her hair.'
 
    
    Salvador Alonso, La vida es puro atraco
    Ed. Abrapalabra, Bucaramanga 2013
    
JUGLARES Y TROVADORES
Hace cuatrocientos años
en la edad del Medioevo
pastorcillos de rebaños
le dieron un aire nuevo
a los cantares de antaño.
 
    
    Laura Gallego García, Finis mundi
    Ed. SM, Madrid 2013
    
    Prontó aprendió que, pese a haberse quedado sin hogar muy joven, Mattius era un juglar por vocación y no por necesidad. Le apasionaban las historias, tanto escucharlas como relatarlas, y tenía
    una memoria prodigiosa en la que almacenaba cientos, quizá miles de cantares, poemas, cuentos, romances, relatos y canciones en varios idiomas. Tenía un estilo especial, fruto de su aguda
    inteligencia y su gran personalidad, que lo distinguían de aquellos que basaban sus actuaciones en piruetas y payasadas, e incluso de otros cantores de historias como él. Era realmente bueno en
    su oficio, y además se sentía agusto con su trabajo; eso lo hacía diferente