Aquí se agrupan las ficciones caballerescas surgidas durante el siglo XVI (entre las que destaca Amadís de Gaula, una reelaboración de los ciclos artúricos que circulaban por aquel entonces en la península ibérica), recopilaciones de cuentos, chascarrillos y bufonadas (como Till Eulenspiegel), crónicas que atestiguan la penetración de los libros de caballerías y de los romances en la realidad del siglo XVI (como la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España) y obras que por su tono desenfadado e irónico están en relación directa con el descaro y frescura de los juglares (Elogio de la locura, Gargantúa y Pantagruel, Lázarillo de Tormes).

Crónica de don Francesillo de Zúniga. Bufón del emperador Carlos V
Ed.Fax, Madrid 1911

Agonizando como estaba de resultas de las cuchilladas recibidas, fué a visitarle su compañero de chanzas, Perico Ayala, y conmovido a la vista del matrecho amigo, le rogaba no lo olvidase cuando estuviese en el cielo. No levantó los ojos don Francés, pero le alargó el brazo, y "Átame -dijo- un hilo a este dedo meñique, para que no se me olvide". Y dicen que éstas fueron sus últimas palaras, porque luego expiró.

Anónimo, Libro del esforzado caballero don Tristán de Leonis
Ed. Espasa-Calpe, Buenos Aires 1943

E un día, estando así, vino un juglar a Tristán por lo conhortar, e díxole: <<No os desconhortéis más; pues que aquí no podés fallar consejo ninguno, íos a otras tierras, e por ventura fallaréis alguna persona que os sane>>.

Bernardo Balbuena, El Bernado
Ed. Ebro, Zaragoza 1961

Pudo la alegre burla estarle á cuento.
Que á sombras de juglar nadie, le heria,
Quando una fiecha por el libre viento
A poner tregua en su placer venia:
Dio en da visera, y acertando a tiento
Los sesos le cosió en la fantasía,

Anónimo, Lazarillo de Tormes
Ed. Bruguera, Barcelona 1970

 En su oficio [el ciego] era un águila: ciento y tantas oraciones sabía de coro; un tono bajo, reposado y muy sonable, que hacía resonar la iglesia donde rezaba; un rostro humilde y devoto, que con muy buen continente ponía cuando rezaba, sin hacer gestos ni visajes con boca ni ojos como otros suelen hacer.
Allende desto, tenía otras mil formas y maneras para sacar el dinero. Decía saber oraciones para muchos y diversos efectos: para mujeres que no parían, para las que estaban de parto; para las que eran malcasadas, que sus maridos las quisiesen bien. Echaba pronósticos a las preñadas, si traían hijo o hija. Pues en caso de medicina, decía que Galeno no supo la mitad que él para muelas, desmayos, males de madre.

 

Alonso de Ercilla, La Araucana
Ed. kapelusz, Buenos Aires 1971

No las damas, amor, no gentilezas
de caballeros canto enamorados,
ni las muestras, regalos y ternezas
de amorosos afectos y cuidados:
mas el valor, los hechos, las proezas
de aquellos españoles esforzados,
que á la cerviz de Arauco no domada
pusieron duro yugo por la espada. 


Anónimo, Flores y Blancaflor
Ed. Libra, Madrid 1972

Ya en un principio, sobre todo las <<chanson de geste>> francesas y germanas, poseían elementos hiperbólicos y maravillosos, reminiscencias de las mitologías bárbaras. Estos elementos se acrecentarían al entrar en contacto los temas del ciclo carolingio con las leyendas artúricas y los mitos celtas durante la conquista de Inglaterra por el gran duque Guillermo de Normandía (S. XI) y a lo largo de la Guerra de los Cien Años (Siglos XIII-XIV). Los juglares se encargarían de divulgarlos allá por donde fueran, incorporando, además las creencias regionales, e improvisando y creando sobre la marcha.

Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura
Ed. Mediterráneo, Madrid 1973

Si queréis conocer la causa de que yo comparezca ante vosotros con tal énfasis, y si no halláis enojosas mis palabras y queréis escucharlas, yo os las diré. Mas no debéis prestarme la atención auditiba que soléis a los predicadores sagrados, sino con el oído que prestáis a los charlatanes, a la gente vulgar y a los juglares.

Diego Ortúñez de Calahorra, Espejo de príncipes y caballeros
Ed. Espasa-Calpe, Madrid 1975

Después que el grande emperador Constantino pobló la gran ciudad de Constantinopla de los nobles ciudadanos romanos, reedificaron los antiguos edificios fundados por Pausania, rey de los partos, entre todos los emperadores que después dél sucedieron en el imperio griego ninguno parece que tanto se haya levantado, ni su nombre hiziesse tan famoso, como el grande y muy nombrado emperador Trebacio, cuyos hechos y las inmortales hazañas de los cavallero de su tiempo quiero aquí contar, según que Artimidoro el griego en los grandes volúmines de sus corónicas lo dexó escripto, el cual dize ansí:

Francisco de Morais, Luis Hurtado, Adofo Bonilla y San Mar tin; Palmerín de Inglaterra. Libro primero
Ed. Miraguano, Madrid 1979

cuando en una de las salsa que en ellos avía, que eran bóveda, vio estar un hombre vestido de negro, la barva grande y crecida, la persona grave, en el semblante del rostro representaba tristeza y vida descontenta. Tocava un monacordio de bozes muy suaves, que sonava tanto que se oyó don él estava, con ya dixe, y él, de cuando en cuando cantava algunas cosas tan tristes conformes a su ábito. (...) a las vezes, atormentado d'él, se dexava caer sobre el monacordio y recordava con palabras conformes a su vida y en loor d que se la hazía pasar.

Francisco de Morais, Luis Hurtado, Adofo Bonilla y San Mar tin; Palmerín de Inglaterra. Libro segundo
Ed. Miraguano, Madrid 1979

 

andando él y Floramán paseándose a pie por la orilla del río, armados, salvo los yelmos, vieron venir por el río abajo dos bateles a remo; en una de ellos venían cuatro doncellas sentadas todas en la popa, tañendo y cantando tan dulcemente, que pudieran dar en qué pensar a los tres compañeros si allí los hallara.

Garci Rodríguez de Montalbo, Amádis de Gaula II
Ed. Orbis, Barcelona 1983

Todos cenaron aquella noche en la posada del rey Perión, que Amadís mandó que allí lo aparejasen, donde fueron muy bien servidos y abastados de todo lo que a tal menester convenía, donde tantos y tan grandes señores estaban. Después que cenaron vinieron juglares, que hicieron muchas maneras de juegos, de que hubieron gran placer, hasta que fuera ya tiempo de dormir, que se fueron todos a sus posadas, salvo Amadís, a quien el rey su padre mandó quedar, porque le quería hablar algunas cosas;

Carlos Alvar, Demanda del santo Grial
Ed. Nacional, Madrid 1984

Un texto muy conocido de la Chanson de Saisnes (Cantar de los Sajones) nos servirá de introducción; me refiero a los versos del prólogo de este cantar de gesta, escrito hacia 1200, en los que el juglar Jean Bodel escribe:
Ne sont que trois matieres a nul honre antandant:
de France et de Bretaigne et de Rome la Grant;
et de ces trois matieres n'i a nule semblant.
Li conte de Bretaigne sont si vain et plaisant:
cil de Rome son sage et de san aprenant.
Cil de France sont voir chascun jor apparant.

 

Gil Vicente, Tragicomedia de don Duardos
Ed. Colegio de España, Salamanca 1996

FLÉRIDA.- Tened vuessos instrumentos,
que pensativa me siento,
y de un solo pensamiento
nacen muchos pensamientos,
sin ningún contentamiento.
no te acabes ni te quexes!

Sebastián Trugillo, Félix Magno
Ed. Centro de Estudios Cervantinos, Madrid 2001

E después de una gran pieça del cavallero bolvió en todo su acuerdo y demandó a su escudero un instrumento pequeño a su escudero un instrumento pequeño que consigo traía, que Velsón avía nombre, y Desamado sabed que tañer en él a maravilla muy bine y cantava muy dulcemente y por esto un muchas partes llamavan a este cavallero el músico Desamado. E Desamado començó a tañer y a cantar una canción, la cual así dezía:

Anonimo, Till Eulenspiegel
Ed. Gredos, 2001 Madrid

La 24.ª historia cuenta cómo Eulenspiegel dominó a los bufones del rey de Polonia con sus groseras travesuras
(...)
Gustaba mucho de su juglar [el rey de Polonia]. Así que Eulenspiegel y el bufón del rey se juntaron, y era, como se suele decir, dos locos en una casa, cosas buenas hacen escasas.

Feliciano de Silva, Lisuarte de Grecia
Ed. Centro de Estudios Cervantinos, Madrid 2002

 

Como el humo fue quitado, halláronse sentados en la mesma forma de que antes a la mesa, e vieron las dos estatuas ser tornadas la de hombre aquel sabio Alquife e la otra Urganda la Desconocida, e las harpas y estrumentos que las estavan tañendo las donzellas de Urganda que a la corte Amadís llevó.

Fernando Bernal, Floriseo
Ed. Centro de Estudios Cevantinos, Madrid 2003

La canción qu'ella decía    era gloria d'escuchar:
a todos los que la oían        adormecido les ha.
Ansí hizo a Floriseo,         q'en el suelo vido estar.
Desque lo vido dormido        en el barco lanzado lo ha,
y su música tañendo         a un castillo llegado ha.

François Rabelais, Gargantúa y Pantagruel
Ed. EDIMAT, Barcelona 2003

Iba a ver a los titiriteros, a los fonambulos y malabaristas, y a los vendedores de teriaca, y estudiaba sus gestos y sus ademanes, sus ardides, sus sobresaltos y su facilidad de palabra y gracia de verbo, sobre todo los de Cauny*, en Picardía, porque son por naturaleza grandes charlatanes y narradores de cuentos de animales famosos.
*Chaunys: Ciudad de Picardía cuyos juglares gozaban de mucha fama.

Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España
Ed. Porrúa, México DF 2003

digamos cómo Cortés y todos nosotros estábamos mirando desde Tacuba el gran cú de Uichilobos y el Tatelulco y los aposentos donde solíamos estar, y mirábamos toda la ciudad y las puentes y calzadas por donde salimos huyendo; y en este instante suspiró Cortés con una muy gran tristeza, muy mayor que la que antes traía, por los hombres que le mataron antes que en el alto cú subiese, y desde entonces dijeron un cantar o romance:
En Tacuba está Cortés · con su escuadrón esforzado,
triste estaba y muy penoso, · triste y con gran cuidado,
una mano en la mejilla · y la otra en el costado, etc.

Ludovico Ariosto, Orlando Furioso
Ed. EDIMAT, Barcelona 2003

Sin embargo, en la opípara mesa del palacio de Alcina, las liras, las arpas y las cítaras hacen resonar el aire con sonidos armoniosos. Los cantores describen las delicias y trasportes de amor, y las bellas ficciones de las poesía añaden nuevo encanto a sus palabras.

Garci Rodríguez de Montalbo, Las sergas de Esplándián
Ed. Castalia, Madrid 2003

En el que el rey mandó al maestro Helisabad que fielmente escriva las historias de las hazañas destos cavalleros.
El rey hovo mucho placer de lo que le dixeron y rogó al maestro Helisabad que assí aquello que los dos cavalleros noveles avían dicho, como todo lo ál que a Esplandián acaeciera desde que de la Ínsola Firme partió fasta entonces, lo pussiese en escrito. El maestro le dixo que así lo faría, no solamente aquello, mas todo lo otro que a su noticia viniesse; y que él quería escrevir su historia porque de comienço tan alto y tan famoso no se esperavan sino cosas muy extrañas y maravillosas.

Juan de Porras, Palmerín de Oliva
Ed. Centro de Estudios Cervantinos, Madrid 2004

 

E un día Palmerín demandó un laúd muy bueno qu'el Infante Tomán tenía e fuesse solo para donde tenía el ave puesta en una alcándara e sentose muy cerca d'ella e començó de cantar e de tañer tan dulcemente qu'el rey e sus fijos e la Infanta Zefira que lo estavan escuchando se maravillaron mucho e dezían que en todo lo avía fecho Dios complido.