El desempeño de artes circenses y acrobáticas también son inherentes al oficio de juglar. No en vano en lengua inglesa la voz jugglar es  sinónimo de malabarista, de persona que manipula objetos por oficio, entretenimiento, arte o deporte.

Esta disciplina gimnástica no está reñida en absoluto con la musical o la poética. El cantar de Ruodlieb, del siglo XI, nos lega la precisa descripción de un espectáculo en el que osos bailan al son de arpas y coros vocálicos. En el libro V, verso 89, se lee que cuando los juglares comienzan a tocar la lira, los osos amaestrados danzan erguidos llevando el ritmo. Se unen las cantaderas con sus armoniosas voces tomando de las garras a los osos y danzando para asombro del público que los rodea.

En este texto escrito en latín se denomina mimi a los juglares, es decir, artistas callejeros, saltimbanquis. El cantor germánico se funde con el mimo romano para alumbrar un artista bifronte, el juglar, dignificando su oficio callejero mediante el canto de gestas y la visita a las cortes.

El vestuario del juglar acrobático estaba determinado por el tipo de espectáculo. Sacrificaba la vistosidad de la ropa por la comodidad o la seguridad. Dice Liutprando de Cremona en su Antapodosis, que durante una cena medieval apareció un hombre llevando sobre su cabeza, sin ayudarse con las manos, un palo de madera de ocho metros de largo o más, que a medio metro de la parte superior tenía un madero cruzado de un metro de ancho. Luego, dos muchachos, totalmente desnudos a excepción de un taparrabos que colgaba de su cintura, treparon al palo e hicieron varios trucos allí encaramados, para descender finalmente cabeza abajo, manteniendo durante todo el tiempo el poste tan vertical como si hubiera echado raíces en la tierra.

Marcelino Menéndez y Pelayo en su Historia de las ideas estéticas en España, recoge un curioso documento en el que Alfonso X declara que, conforme a la etimología, se ha de llamar a los tañedores de instrumentos histriones, a los dotados de invención poética trovadores y a los que saltan en la cuerda tirante o sobre piedras, juglares, ya que éstos fueron los primeros en ostentar ese nombre, pero luego se extendió a los músicos: E tug li tumbador, / En las cordas tirantes, / o peiras sutans / Son joculators. / Hom apela joglars / Tot sels dels estruments.

Así mismo el Monarca Sabio, pide que los artistas que ejercen en la calle (viviendo con deshonor) ya amaestren animales, ya remeden el canto de los pájaros, ya hagan juegos de manos, ya hagan títeres o toquen instrumentos cantando por vil precio, no se los debe llamar juglares sino cazurros o bufones. El nombre de juglar se reserva para los músicos cortesanos que cantan al gusto de las gentes nobles y ricas. El de trovador, para los poetas cultos.

Estas disputas sobre quién es quién en el mundillo del esparcimiento medieval, prueban que no es fácil deslindar donde comienza una habilidad y donde termina la otra.

Pensamos que un juglar acróbata, concretamente uno trasechador, vestiría de forma llamativa y portaría mazas o bolas o algún otro género de adminículo acrobático. En el museo se exhibe un traje de juglar trasechador o malabarista del siglo XIII de tipo bufonesco. Su caperuza azul acaba en una larga punta que llega hasta el coxis y se ciñe al rostro y cubre los hombros; está decorada con lentejuelas. La casaca, amarilla, es ceñida, con enormes mangas que se abren y caen desde el codo hasta los tobillos rematadas en picos. Un cinturón con incrustaciones doradas a juego con el chapirón a la altura de las caderas, calzas rojas y botas talares de piel sin curtir.