El trovador, poeta culto que frecuentó la lectura y ensayó el latín, movido por el deseo de agradar, de influir y de ser celebrado, decide ser literato en lengua romance. Sabía que los juglares eran los dueños de una red de oralidad literaria; sabía que eran los distribuidores y los divulgadores, los que poseían la movilidad. En un mundo donde los inmensos libros yacían en templos y en monasterios, donde la teología, la ciencia y la cultura se perpetuaban en una lengua muerta, los juglares presentaron la única literatura vernácula. Desde que sus antepasados escopas rompieron la frontera este del Imperio Romano, se dispersaron por Europa y se fundieron con los mimos, son los juglares los portadores de una nueva literatura en unos idiomas cada vez más representativos. Saben entretener, son objeto de apasionadas controversias, son respetados, esperados, amados, aborrecidos. ¿Por qué no utilizar este entramado de actuaciones, artistas y versificadores en beneficio propio ahora que la épica declina? Conscientes de una tradición tan antigua como su estirpe, los trovadores decidieron utilizarla en beneficio propio. Los cortesanos supieron que no bastaba una nueva poética en lengua romance para ser trovador, que no bastaba medir, escribir y rubricar el poema, que estos rasgos revolucionarios eran estériles si no se difundía y se aventaba, es decir, si no se publicaba. Podemos decir que de algún modo los trovadores compraron la secular industria del entrenamiento levantada por los juglares y en un breve periodo de tiempo consiguieron ser los poetas más famosos e influyentes de la Edad Media.

Alquilaron a los juglares y preconizaron una poesía más artística ejercida desde la cómoda posición que otorga la riqueza y el poder. Los trovadores hicieron a los juglares dependientes de sus escritos. Aquellos componían, éstos interpretaban. El trovador se convierte en el motor inmóvil de la poesía. Tañer, tocar es considerado por él una actividad plebeya.

Desde entonces hasta ahora cunde la idea de que los juglares cantan lo que los trovadores escriben. Esta superstición está tan arraigada que la definición del diccionario de la RAE sostiene que el juglar es el chistoso o pícaro que por dinero canta, baila o hace juegos y truhanerías ante el pueblo.

Pero los juglares no sólo pusieron a los trovadores en bandeja un completo, un eficaz sistema de propagación de su obra y una forma nueva de hacer poesía, también influyeron notablemente en la temática amorosa. Según Antonio Castro Díaz, siguiendo a Menéndez Pidal, los estudios comparativos realizados entre las jarchas y la poesía de los trovadores, la influencia de la lírica arábigo-andaluza sobre la provenzal y, por ende, sobre la europea de tradición románica es innegable.

Hay quien va más allá. Para José María Bermejo y para Philip K. Hitti, la voz trovador (en provenzal trobador) se deriva de la raíz árabe <<TRB>> (Ta RA B: <<música>>, <<canción>>) más el sufijo de agente -ador, común del español: <<el que hace música o canciones>>.

Para acabar, aquellos que arguyen que la novedad está en que el trovador no se limita a escribir versos como poeta sino que casi siempre compone la música en cuya tonada han de cantarse, niegan la existencia de los bardos, los escopas, los escaldas, los guslari, los juglares, los goliardos, etc.

En lo que respecta a la vestimenta, el trovador es un cortesano y se viste como tal. Su indumentaria está adscrita a la clase dirigente. Así  se aparta del profesional del entretenimiento, que se viste de forma iconoclasta o para significar una función social específica. Otra cosa que caracteriza al trovador es su independencia económica. Dejará muy claro que ellos están libres de las servidumbres que la juglaría impone y que escriben versos y música con un alto grado de independencia artística. Nacerá el trobar clus.

Nos imaginamos al trovador vestido acorde a su calidad nobiliaria. En los fondos de indumentaria del Museo del juglar tenemos un trovador vestido con boina gualda de tela estampada y jubón de lo mismo sobre camisa blanca. Le cuelga de la espalda un ferreruelo azul marino con flores de lis. Viste calzas azules a juego con el ferreruelo y negras botas talares de piel.