Ioculatore y jaculator, en latín medieval; joglar, xoglar, xograr, yuglar, jogral en la Península Ibérica; jugler, juglerre, junglur, jugleor, jongleur, jougleur, jongler, jogléeur, jonglierre, janglerre, jongléor en los territorios franceses; jullare, giullare en Italia y jugglar en Bretaña. Así registraron la voz juglar cronicones, cantares de gesta y todo tipo de documentos medievales. En 1047 se instala la palabra juglar en la Península Ibérica, 150 años antes que la palabra trovador. Estos juglares recorrieron las cortes europeas durante siglos en busca de remuneración, propagando y gestando largos poemas épicos, los cuales se conservan íntegros y fragmentados, en estado oral y escritos, en crónicas latinas o en romances; su rudimentaria pero briosa literatura fue compartida por los diversos reinos cristianos y fraguó sus idiomas.

No carecieron de cultura. Si bien la época de autarquía y de inestabilidad que les tocó vivir no los eleva al nivel de los aedos griegos, los juglares le dieron a la lengua romance la dimensión de anales y memorias en verso del pueblo. Olvidaron la lengua de sus antepasados, bárbaros de la frontera del este, que se lanzaban a la batalla entonando horrísonos cantos de guerra y cantaron sus glorias en un idioma en desarrollo. Aquella tradición de los bardos, escopas y escaldas periclitados se renovó en el juglar y su voz fue escuchada por toda la sociedad medieval desde el rey hasta el campesino.

Los juglares, como los antiguos poetas germánicos, acompañaban a sus reyes en la batalla, combatían por la victoria y en los asuetos que daban los sitios, las acampadas y los cercos, en  el real y entre la tropa, movían, deleitaban y entretenían con luengas epopeyas.

En el siglo XI el poeta anglonormando Wace describe la derrota sajona ante la invasión normada de Guillermo el Bastardo. Si creemos la crónica de Wace, la batalla la inicia un juglar: Taillefer, que, en palabras de Borges, entró cantando en la batalla Hastings La canción de Roldán y presintió la inminente victoria. Taillefer -un buen cantante- cabalgó junto al duque cantando versos de Carlomagno, Roldan, Oliveiros... y le pidió en pago de sus servicios la merced de asestar el primer golpe. El duque se lo concedió. Taillefer, haciendo malabares con su acero, dio muerte por la espada y por la lanza a dos ingleses antes de caer en combate.

Los juglares eran ubicuos. Actuaban en banquetes regios, en plazas aldeanas, a caballo en la batalla, en los templos piadosos. Sus cantares llegaban a todas las capas y estratos de la sociedad. Pusieron la primera piedra del edificio de la literatura en lenguas no latina, versificando impersonal y mentalmente cantos, gestas, epopeyas.

Además, los juglares medievales integraron elementos del mimo romano a su técnica de interpretación, que ya contaba con el apoyo musical. El misterioso epitafio atribuido a un tal Juglar Vitalis, que vivió en el siglo IX, sea verdadero o no, aporta un interesante testimonio. Vitalis asegura que el día que le sobrevino la muerte, ésta se llevó con él a todos sus personajes a los cuales daba vida mediante el gesto y la palabra.

Nos imaginamos al juglar épico vestido a la usanza de un guerrero del siglo XI, apercibido para el viaje, con sombrero de cuero, sobrevesta blanca, calzas y mayas azules, sandalias. Lleva una viola o laúd en la mano.